Me parece bien. Así es que me voy a un estanco para que me lo hagan. La estanquera me recibe como si yo fuera menor de edad. Intenta explicarme como se rellena la solicitud. La miro fijamente como diciéndole “Sra. Vd se equivoca conmigo, no necesito sus indicaciones”, pero en fin, no digo nada y ¡hasta le sonrío!
Cuando
unos días después recojo el abono me sorprende que sea de diferente color que
los de siempre: ¡amarillo! Y ¿Qué quiere
que le diga? A mi el amarillo siempre me ha recordado a las estrellas que les
ponían a los judíos en Alemania en la época de Hitler.
¡Ala, me digo, ya te han marcado!: ¡eres una anciana y por eso te pongo el “san benito amarillo”!.
Entro en el metro sacando con disimulo (¡te lo prometo!) el billetito para que no se vea el color…. Y lo guardo rápido en el bolso….
Bajo
al andén intentando hacerme un hueco entre los viajeros que suben
atolondradamente por su derecha, por su izquierda, por su centro…. ¡pero es que
nadie les ha dicho que deben circular por la derecha! Pero, entonces, por donde
bajamos los que pretendemos llegar al andén…
Dentro
ya, espero al tren mientras por megafonía recuerdan que los abonos “normales”
se pueden ya comprar… ¿normales, y el que acabo de comprar no es normal?. Vale,
además de amarillo mi abono es anormal….
Me
subo al vagón y me sorprende (esto me pasa desde hace unos años) que todos (o
casi) los que van sentados sean hombres y mujeres jóvenes con los auriculares
puestos y mirando para otro lado: les da igual que entren embarazadas, ancianos
(de los de verdad, vamos, de 80 para arriba), niños pequeños, monjas o
sacerdotes. A veces no me puedo retener y les recuerdo a los “despistados” de
los auriculares que están sentados en un asiento “reservado”… hacen como que se
sorprenden mientras que la pobre monja, anciano, o embarazada se sonrojan y
balbucean “…no si no…”, pero se levantan: ¡objetivo cumplido!.
Luego
están los de las mochilas, los que se sientan por el suelo, los que –sobre todo
hombres- se sientan con las piernas estiradas y abiertas, en fin: comen, beben,
tiran papeles al suelo. No se si será que me fijo ahora más en el
comportamiento de la gente, pero yo creo que hace unos años “ya no tirábamos”
papeles al suelo…
No
sé, lo mismo esta manera de ver las cosas no es más que mi recién estrenada
“ancianidad”…… o la crisis….o ¡vaya vd. a saber!...o no.
Ayer me tocó hacerme una prueba en el hospital, que me llevó toda la mañana. Llegué a las 9 y a las 9 y media todavía estaba esperando a que me llamaran. Media horita que no me hubiera importunado tanto si mis posaderas hubieran tenido un lugar donde alojarse, pero aquello estaba como "Sanlúcar en verano" (expresión casera para describir la masa de people por metro cuadrado). Esto no tendría más enjundia si no fuera porque la que suscribe lleva un bebé a bordo, todavía en mi fuero interno. Y entonces recordé esta entrada en la que se "denunciaba" la falta de educación, sensibilidad, civismo...en el metro, en esto de ceder el asiento. En el paisaje de ayer hospitalario no había la chavalería que se describe en este post, no era su hábitat. Sino muchos jubilidaos (¡con perdón!), gordas como yo y tipos que no pasaban los 50, bien bronceados...¡oiga! pues de esta última especie ni uno se levantó, escurrían la mirada entre tripa y tripa para seguir inmutables. Tras mi primer refunfuño (interior, sólo interior, que no se me da bien exteriorizar reivindicaciones, no vaya a ser que encima "pierda la vez" del box!)me vino una reflexión más honda. Y pensé ¿cuántos de éstos en realidad no preferirían levantarse y dejar de sentir mi tripa o la muleta de esa señora como un aldabonazo de conciencia? (lo del asiento no da pá tanto, pero ya me entendéis...), seguramente se dan cuenta de que deberían ceder su asiento, pero no saben cómo hacerlo. Sí, sí, no saben cómo hacerlo. No se trata tanto de dejar de estar cómodos, como de salir de la comodidad del anonimato. Y pienso, ¿cuánto necesitamos ser educados en la sencillez, en la humildad de no importar ser centro por un segundo si con ello ayudo? Porque claro que es incómodo tomar la iniciativa para salir de la masa y decir a alguien concreto que se siente en tu sitio, se da por entendido que has juzgado su situación y te ha parecido merecedora de ese pedacito de taburete. Es más fácil hacer que no ves, levantarte como que vas al baño y pensar "y ahora que se siente el que le de la gana". Así que creo que quizá no es tanto aferro a una silla sino a nuestra falta de herramientas para ir por la vida haciendo el bien (el de andar por casa)con nombre y apellidos. Así que esa mediahorita me dio para reflexionar cómo podría educar yo a la que llevo dentro para que la timidez social no se convierta en un aliado de lo mediocre.
ResponderEliminarMil gracias por hacernos pensar!
R2
totalmente de acuerdo. Vamos hacia atrás en todo lo que tiene que ver con educación ciudadana y está claro que pasamos unos de otros. Y yo también os doy las gracias ¡a ver si somos capaces de recapacitar! Hope.
Eliminaropino igual que tú, Anónimo, muchas veces es por vergüenza por lo que la gente no hace algo como esto que explicas. Estoy totalmente de acuerdo. Salir del anonimato y que todo el mundo les mire les da más vergüenza que actuar correctamente. Qué pena!!!
ResponderEliminarA mi cuando me entregaron los papeles del abono transporte para ancianitas la estanquera también quiso explicarme como se rellenaba pero la dije poniendo voz de ancianita que ya me lo explicaria mi hermana la superjoven; se llevó un poco de desilusión la verdad sea dicha. Nunca voy en metro, siempre en bus y a veces ¡me dejan un asiento! debo tener aspecto de viejecita del bosque.
ResponderEliminar