Qué
recuerdos profundos, ya lejanos, con el imborrable olor a betún de nuestros
zapatos, relucientes, perfectos; con el cambio del cabás por la cartera y más
tarde el cambio a la bolsa aquella como de deportes, cuadrada y ¡de plástico! No
existían las mochilas para ir al colegio.
Y
nosotras repeinadas con “agua de colonia” debajo del sombrero azul marino, el
cuello blanco rígido, los calcetines bien estirados……. Salíamos de casa
convencidas de que nuestro aspecto exterior representaba a “nuestro” colegio y por
tanto debería ser impecable……………. Y así un año tras otro.
Por
cierto que los niños íbamos felices al colegio, seguros de que era el camino
adecuado para llegar a “algo” en la vida, yo no recuerdo llantos ni en padres
ni en niños….
Cerca
de mi casa hay un cole enorme, con grandes pistas deportivas y muchas puertas
para entrar. Los niños lloran a la entrada, agarrados a sus abultadas mochilas
de “marca”, los padres y abuelos ( muchos abuelos) con los ojos llenos de agua
(o eso parece…..…) deseosos todos de que dé comienzo la tan querida rutina:
todos al cole!!!
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