29
de mayo de 2016, domingo. Aeropuerto Adolfo Suárez-Barajas. Madrid. Son las 3
de la tarde. La Terminal 4 está a punto de colapsar ¡son tantas las personas
que se agolpan frente a la puerta 10!.
Ayer
sábado Madrid, la capital de España, jugó la final de la UEFA Champions League……
fue en Milán. Esa es la explicación por la que hay tantos vuelos llegando.
Estoy
allí… por casualidad… me alegro. El espectáculo es todo un esquema del
fenómeno: veo a dos niños gemelos vestidos con la equipación roja de España,
están nerviosos… su madre se empina para intentar ver si sale al que espera.
Por fin ve algo… alguien. Mueve la cabeza arriba y abajo… tiene a los niños
subidos cada uno en uno de sus brazos… los niños gritan entusiasmados… por fin,
abriéndose paso entre el gentío, aparece un hombre joven que se abraza a los
tres… llora y ríe a la vez… viene vestido con los colores del Atlético de
Madrid. La mujer le acaricia la cabeza y le dice “…no pasa nada…”.
De
pronto otro grupo rompe a cantar eso de “… y como no te voy a querer…” llevan
globos y pancartas y se funden en abrazos, saltos y gritos de ¡campeones!. El
grupo lleva los colores blancos del Real Madrid. Los “merengues” vienen tan
felices: han conseguido ser campeones por undécima vez…..
Y
entonces sucedió: se abrió de nuevo la puerta número 10 y aparecieron siete
jóvenes –chicos y chicas- vestidos con los colores “colchoneros” y los blancos
se fundieron con ellos en un abrazo y gritaron: ¡Viva España! ¡España, España!.
¡Viva Madrid… aquí es donde se queda la copa!.
El
slogan “nunca dejes de creer” de unos… convertido en “nunca dejes de ganar” por
los otros… se convirtió en “nunca dejes de jugar” para todos.
Y
entonces fue cuando entendí lo que es pasión deportiva.
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