Bajando
por la calle, esa según sales a la derecha, hay una casa un poco vieja, que
tiene ventanas pequeñitas, sobre todo las de la planta baja, y que están
siempre cerradas. Solo por la tarde a eso de las cinco se abren un poquito y,
con suerte, se puede vislumbrar apenas una carita redonda puesta en un
cuerpecito pequeñajo y sobre unos pies en puntillas, muy puntillas con el fin
de mirar a ver qué o quién pasa pegadito a la ventana haciendo sombras en la
pared de enfrente.
El
niño mantiene en sus manos un balón de color rojo intenso, algo viejo ya, pero
que aún conserva el aire tenso en su interior.
Al
fin llega a quién espera, que asomándose por el ventanuco dice un “venga vamos!”
contestado por un “voy!” así el niño sale corriendo, casi volando, por el
portal y tras un acelerado “hola!” los dos amigos salen corriendo hacia el
parque urbano ese que, la verdad sea dicha, está un poco abandonado pero que a
ellos les parece casi un gran estadio.
Allí
es donde se encuentran con el tercer amigo, algo más alto que ellos, y con la
misma ilusión en sus ojos.
Los
tres saben qué hacer, uno se coloca en una esquina dispuesto a parar todos los
pretendidos goles que los otros dos lanzan sin parar, mientras en su interior
algo les dice que sí, que llegarán a ser como Cristiano o como Iker o como yo
qué sé, pero lejos, sí muy lejos para cerrar el ventanuco, para abrir grandes
ventanas de par en par, y mirar por ellas sin miedo a no sé qué…….quién sabe…..
No hay comentarios:
Publicar un comentario