Acabo
de tener una charla con una buena amiga. “Me hago mayor -me dice- y no sé si
voy a ser capaz de admitirlo. ¿Qué haces tú para conseguirlo?” (ella da por
seguro que yo lo tengo resuelto).
Creo
que estuve a punto de confesar que me pasa lo mismo. Pero pensé un poco en ello
y le pregunté por su vida, sus preocupaciones, su familia….. Estuvimos un rato
largo de charla mientras nos intercambiábamos las confidencias.
El
centro de sus vueltas al asunto pilotaba sobre el tiempo que queda: “entro en
el último quinto de mi vida… y estoy en shock”. A parte de recordarle esa larga
serie de nombres que se fueron tan pronto, mientras nosotros estamos por aquí,
intenté hacerle (hacerme) patente eso que se llama la capacidad de esperar….
En
el fondo lo que esperamos, cada día, es tener cosas que hacer, hacerlas bien,
ayudar (¡qué suerte! poder hacerlo). Coincidimos en dar gracias (al de arriba)
por tener esa tropa de gente que nos quiere, a los que queremos y a los que nos
quisieron, en reconocer el montón de cosas que hacemos, aunque sea regular.
Terminó
riendo….. y me alegro.
Sí,
la alegría de vivir, creo yo, estriba en tener conseguida eso que llaman “la
capacidad de saber esperar”.
Añado:
la diferencia estriba entre vivir la vida bajo una sonata de Gustav Mahler o
bajo las estridencias de… Paquito el Chocolatero. Si eliges lo segundo el ruido
no te dejará escuchar la música, la letra y el latido del corazón.
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