Pues
sí, ya lo hemos visto, se ha impuesto entre nuestros lares la antipática fiesta
del Halloween. Los niños salieron de los colegios con la cara pintada como para
dar miedo, pero es cierto que riendo y dispuestos a comerse todos los buñuelos
de viento que mamá había comprado. Miedo, miedo pues no daban.
Al
final el triunfo es para el comercio este del disfraz, pero ¡espera! que el
disfraz que se llevó el mayor éxito fue el de Puigdemond… ¿acaso se le tomó
como “cadáver”…. al menos político? ¿acaso se le tildó de fantasma?... Pues
puede ser.
A
lo que vamos: que lo que los españoles han decidido es hacer doblete con el
Carnaval. Y es bien cierto que por aquí se habrán salido con la suya los
grandes almacenes y los “todo a cien”… pero no nos engañemos, no han conseguido
ocultar la auténtica celebración de los primeros días de Noviembre: Todos los
Santos, Todos los Difuntos.
En
efecto los cementerios, nuestros cementerios, han estado inundados de flores,
inundados de recuerdos, inundados de rezos y esperanza.
Y
me dices ¿pero es necesario eso? Y te digo: que sí que es necesario hacer
público nuestro recuerdo, que es necesario no ocultar el sentimiento, que no
vale aquí el “para mis adentros…. sólo para mí”. Queremos hacer patente nuestro
recuerdo sí ¡que lo vean todos!, que vean nuestras lágrimas mientras tapamos
con flores los nombres de las lápidas y le pedimos al de Arriba que no les deje
de cuidar.
El
túmulo o catafalco es la expresión visible del ser invisible o del “no ser” y
tiene una importancia capital para el arte español. Este pertenece a la
Catedral de Segovia con su paño de difunto del siglo XIX.
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